Lo nuevo de Rodrigo Fresán: sólo apto para fanáticos de la ficción
Abandone toda esperanza, quien aquí entre, de leer con ligereza, sin implicarse, con comodidad. Este libro, como las religiones, es sólo para los decididos
En estos días en que todo son virus y podcasts en el aire, he podido sumergirme gozosamente en un libro que, más que una novela, es toda una catedral o, mejor, una planta más, o una cúpula, o acaso, por su especial tono, el órgano de esa monumental y algo barroca construcción que título a título va levantando el perseverante y exigente Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963).
Existe un Fresán, digamos, contenido (el de esa bellísima narración titulada Jardines de Kensington, el libro suyo que, veinte años después de su primera edición, sigo prefiriendo -y al que Roberto Bolaño dedicó un precioso guiño en la página 85 de 2666-), un Fresán desatado (el de, sin ir más lejos, Melvill, su novela de 2022) y un Fresán que, admitámoslo, es francamente excesivo, como el de la trilogía La parte contada, que no fui capaz de culminar: aquel triple libro me fascinaba pero me derrotó.
El que encontramos ahora en El estilo de los elementos es este último, el desaforado, ese autor acumulativo que lanza una catarata de epígrafes, referencias, agradecimientos y homenajes que se van solapando y confundiendo para crear otra cosa nueva, distinta, digresiva, imprudente, teratológica, rebosante de estímulos y de aciertos y, lo que más importa, de una fe fanática en la ficción, en la invención entendida de la forma más primitiva y a la vez compleja. Es como una novela que admitiese sus propios borradores, o que no descarta nada, consciente de que todo es significativo, que no hay atajos posibles o aceptables.
El argumento, en estos casos, da siempre un poco igual, pero éste es muy bueno y, dicho sea con todas las cautelas, retorcidamente "autobiográfico", aunque con todos los juegos y todas las trampillas que cualquiera pueda suponer, tratándose de un alquimista como Fresán. Lo que al cabo se consigue aquí, a través de una peculiar novela de educación, es todo un homenaje a la lectura, entendida como forma sublime de creación, o simplemente como el mejor modo que conocemos de acorazar y salvar la vida.
Abandone toda esperanza, quien aquí entre, de leer con ligereza, sin implicarse, con comodidad o con pereza. Este libro, como las religiones, es sólo para los decididos, y tal vez una maravillosa iniciación en la invención para los lectores más jóvenes. Sea como sea, ante El estilo de los elementos queda prohibido aquello de "leer por encima".