Meditación de hoy, 22 de noviembre (este mes meditamos en la Caridad)
Abate Lasausse (1853): Año Feliz o Santificado por la meditación de sentencias y ejemplos de Santos, Burgos, Imprenta de D. Sergio de Villanueva.
«Debemos amar a nuestros enemigos y manifestarles nuestro amor. 1.º Para vencer el mal por el bien, como el Apóstol nos lo recomienda. 2.º Porque los que son opuestos a nosotros, en vez de ser adversarios, cooperan a nuestro bien, ayudándonos a destruir nuestro amor propio, que es nuestro mayor enemigo». — San Vicente de Paul
Día 22. Diciendo uno a San Francisco de Sales que lo más dificultoso que encontraba en el cristianismo era, según su parecer, el amar a los enemigos. El santo dijo al que así pensaba: «Yo no sé de qué temple es mi corazón, sin duda que el Señor, por un efecto de su amor hacia mí, me lo ha dado en un todo diferente del que da a los demás, porque el cumplimiento de este precepto no me es difícil; y aun, os confieso que si Dios me hubiera prohibido el amarlos, me sería difícil el obedecerle».
El hecho siguiente prueba que pensaba como hablaba: Había en Annecy un abogado que aborrecía al santo Obispo, sin poder saber por qué. No cesaba de ridiculizarle, calumniarle y buscar ocasión de manifestar su odio. El santo, que estaba instruido de todo, habiéndole encontrado, le saludó con amabilidad y, tomándole por la mano, le dijo todo lo que juzgó ser capaz de hacerle entrar en razón; pero viendo que sus palabras no producían ningún buen efecto, añadió: «sé muy bien que me aborrecéis y no puedo sospechar qué es lo que os ha indispuesto contra mí, pero estad seguro de que aun cuando me arrancaseis un ojo, os miraría con el otro como si fueras el mayor de mis amigos».
¡Cosa bien sorprendente!, pues que tales sentimientos no pudieron ablandar su corazón. Muchas veces tiró varios pistoletazos a las ventanas del palacio episcopal, y llegó este frenético hasta tirar uno al Santo mismo un día que le encontró en una calle de la ciudad, mas no fue herido el Santo, y sí el sacerdote que le acompañaba. Apenas el Senado de Chamberí lo supo, cuando le puso en prisión y al punto le condenó a muerte, aunque el santo Obispo nada perdonó para impedir que se ejecutase la sentencia. Todo lo que pudo lograr fue que la ejecución se difiriese; y era su objeto dirigirse al Soberano, a quien hizo muchas instancias, que le concedió la gracia que solicitaba con todo empeño, como si se interesase en favor del mejor de sus amigos, o de un pariente el más cercano. El santo Obispo, habiendo logrado lo que deseaba, se dirigió a la prisión, no dudando ganar el corazón de su enemigo, y le notificó la gracia que le había alcanzado, suplicándole que depusiese para siempre todo sentimiento de odio.
¡Quien lo creyera! En lugar de ver correr de los ojos de este infeliz lágrimas de arrepentimiento y de gratitud, no recibió de su parte más que injurias y se puso más furioso viendo a su bienhechor a sus pies, pidiéndole perdón como si él fuera el criminal. ¿Qué hizo entonces el santo Obispo? Se despide de este hombre tan detestable, y le deja las cartas de gracia que tenía, y le dice: «Yo os he librado de las manos de la justicia humana, y no os habéis convertido, pues caeréis en las de la justicia divina, y no podréis libraros de ellas». Estas palabras fueron una especie de profecía, porque este monstruo pereció a poco tiempo después muy miserablemente.
Una religiosa llena de caridad verdadera tenía costumbre de ir ante el Santísimo Sacramento cuando había recibido alguna mortificación por parte de alguna de sus hermanas y le decía a Jesucristo: «¡Oh Salvador mío!, yo la perdono de todo mi corazón por vuestro amor y os ruego que le perdonéis todos los pecados por mi amor».