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Meditaciones diarias del Hno. Elías

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Meditaciones diarias del Hno. Elías (Spanish)

¿Buscas un momento de paz y reflexión en tu día a día? Entonces, ¡no busques más! El canal 'Meditaciones diarias del Hno. Elías' es el lugar perfecto para encontrar la serenidad que necesitas. Con publicaciones diarias que te invitan a reflexionar, meditar y conectarte contigo mismo, este canal te brindará la calma y el equilibrio que tanto anhelas. El Hno. Elías, con su sabiduría y palabras inspiradoras, te acompañará en este viaje interior hacia la paz interior

Además, ¿quién es el Hno. Elías? Es un guía espiritual que comparte sus mensajes de amor, esperanza y fe a través de sus meditaciones diarias. Con una voz cálida y reconfortante, te ayudará a encontrar la armonía en medio del ajetreo de la vida cotidiana. Cada publicación te recordará la importancia de cuidar tu bienestar emocional y espiritual, y te motivará a cultivar la gratitud, la compasión y la paz interior

No importa si eres nuevo en el mundo de la meditación o si ya tienes experiencia previa, 'Meditaciones diarias del Hno. Elías' es un espacio acogedor y enriquecedor para todos. Únete a esta comunidad de buscadores de paz y descubre el poder transformador de la meditación en tu vida. ¡Te esperamos con los brazos abiertos para compartir juntos este camino de crecimiento espiritual! ¡No pierdas la oportunidad de conectarte contigo mismo y con el Hno. Elías a través de este maravilloso canal de Telegram!

Meditaciones diarias del Hno. Elías

15 Feb, 21:01


16 de febrero de 2025

EVANGELIO DE SAN JUAN

“La resolución de matar también a Lázaro”

Jn 12,1-11


Jesús, seis días antes de la Pascua, marchó a Betania, donde estaba Lázaro, al que Jesús había resucitado de entre los muertos. Allí le prepararon una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con él. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se llenó de la fragancia del perfume. Dijo Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que le iba a entregar: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?” Pero esto lo dijo no porque él se preocupara de los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Entonces dijo Jesús: “Dejadle que lo emplee para el día de mi sepultura, porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”. Una gran multitud de judíos se enteró de que estaba allí, y fueron no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Y los príncipes de los sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque muchos, por su causa, se apartaban de los judíos y creían en Jesús.



Jesús volvió una vez más a Betania, donde sus amigos le prepararon una cena. Era su última estación antes de entrar en Jerusalén, donde culminaría su camino. Fue entonces cuando tuvo lugar la conmovedora escena en la que María le ungió los pies con un perfume muy valioso y se los secó con sus cabellos.

Nos encontramos aquí con un gesto que expresa el ser de una mujer que ama y que vierte toda su ternura en él. Es un amor desbordante, un amor pródigo, que encuentra esta expresión maravillosa y perfecta ante el Señor y que va de la mano con la adoración que solo Dios merece. ¡Nada que podamos darle es demasiado!

En marcado contraste con el gesto de María, vemos la reacción de Judas, que no entendía este acto de amor porque su corazón estaba lleno de otras cosas. En lugar de ver en el gesto generoso de esta mujer la expresión de un corazón totalmente entregado al Señor, lo consideró un despilfarro y hubiera preferido que ese dinero cayera en la bolsa que él tenía a cargo y de cuyos fondos se apropiaba. Su preocupación por los pobres que habrían podido ser socorridos con ese dinero no era más que una apariencia.

Meditaciones diarias del Hno. Elías

15 Feb, 21:01


En medio de esta escena, Jesús pronuncia las maravillosas palabras: “A los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”.

No es equivocado que intentemos ofrecer lo mejor a Dios. Si esta generosidad brota de un corazón amoroso, entonces el don ofrecido se embellece con la expresión de ese amor que vemos hoy en María. Por tanto, no es incoherente que construyamos templos hermosos y ricos para Dios y, al mismo tiempo, mantengamos nuestro corazón abierto hacia los pobres.

Una multitud de judíos acudió a Betania para ver a Jesús y a Lázaro, que había resucitado. Habían comprendido el signo que Jesús había realizado y éste se convirtió en un puente para creer en Él. Así, el resucitado Lázaro se convirtió en un testigo que no podía ser contradicho. La noticia se difundía y era de prever que muchos judíos más creerían en Jesús por causa de Lázaro, por lo que aquellos que habían cerrado su corazón al Mesías lo veían como un peligro y una amenaza.

La maldad, que ya había calado hondo en el corazón de aquellos que se consideraban líderes en la correcta práctica de la religión judía, iba en aumento. Ahora incluso querían matar a Lázaro, para que su existencia no se interpusiera en sus inicuos planes.

Es alarmante ver cómo la maldad —personificada en los ángeles caídos— puede apoderarse de los corazones de las personas. Los demonios buscan los puntos débiles de los hombres, que a menudo son el orgullo, las pasiones desordenadas, el afán de honor y reconocimiento, la ambición de poder, entre muchos otros. Los demonios se encargan de reforzar estas malas inclinaciones, de manera que la persona acaba sucumbiendo cada vez más a su influencia.

Este progresivo oscurecimiento puede verse muy bien en los fariseos obstinados y en los otros jefes religiosos, que posteriormente serán responsables de la muerte de Jesús. Como el Señor señala una y otra vez, estaban bajo la influencia del «padre de la mentira», del «homicida desde el principio». Por eso su maldad aumenta cada vez más, hasta el punto de querer dar muerte a una persona por el simple hecho de que su resurrección representa una amenaza para ellos. Ya habíamos considerado lo inconcebible que es su propósito de matar al Hijo de Dios. Es escalofriante, así como también lo es su intención de matar a Lázaro.

No seremos capaces de entender las muchas atrocidades con las que a menudo nos vemos confrontados si no tenemos en cuenta la existencia de los ángeles caídos. Cuando el hombre, con sus malas inclinaciones, cae bajo su influencia, es capaz de cometer atrocidades y maldades inimaginables.

Por eso es tan importante la afirmación de San Juan en su epístola: “Para esto se manifestó el Hijo de Dios: para destruir las obras del diablo” (1Jn 3,8b). El que crea en Él será liberado de estas oscuras influencias y podrá recorrer su camino a la luz de Dios. La señal que Jesús obró en Lázaro, manifestando su autoridad sobre la muerte, podría haber abierto los ojos a los jefes religiosos. Pero para ello es necesario estar dispuestos a aceptar su amor y ver sus obras. En los enemigos de Jesús ya no existía esta disposición.

Meditaciones diarias del Hno. Elías

14 Feb, 21:01


15 de febrero de 2025

EVANGELIO DE SAN JUAN

“El Sanedrín decide la muerte de Jesús”

Jn 11,47-57


Entonces los príncipes de los sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín: “¿Qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos signos? -decían-. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación”. Uno de ellos, Caifás, que aquel año era sumo sacerdote, les dijo: “Vosotros no sabéis nada, ni os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación” -pero esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos. Así, desde aquel día decidieron darle muerte. Entonces Jesús ya no andaba en público entre los judíos, sino que se marchó de allí a una región cercana al desierto, a la ciudad llamada Efraín, donde se quedó con sus discípulos. Pronto iba a ser la Pascua de los judíos, y muchos subieron de aquella región a Jerusalén antes de la Pascua para purificarse. Los que estaban en el Templo buscaban a Jesús, y se decían unos a otros: “¿Qué os parece: no vendrá a la fiesta?” Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes de que si alguien sabía dónde estaba, lo denunciase, para poderlo prender.



La resurrección de Lázaro, un signo inequívoco de la autoridad divina de Jesús, resultó insoportable para las autoridades religiosas de la época. Como no querían reconocer los signos que Jesús realizaba como confirmación divina de su misión, no sabían ya qué hacer. Veían cómo cada vez más personas creían en Jesús. Como no tenían manera de rebatirle ni de acusarle de algún pecado —y, por tanto, de transgredir la Ley—, decidieron matarle.

Caifás, sumo sacerdote aquel año, estaba a la cabeza del Sanedrín. Él pronunció las palabras proféticas de que era mejor que muriera uno solo por el pueblo, y no que todo el pueblo pereciera. El evangelista subraya que estas palabras no las dijo por sí mismo, sino que fue una inspiración profética en virtud de su ministerio como sumo sacerdote. Así predijo la finalidad más elevada de la muerte de Jesús, que estas mismas autoridades religiosas instigarían posteriormente ante el procurador romano.

¡Qué situación tan trágica!

Meditaciones diarias del Hno. Elías

14 Feb, 21:01


Dios acredita con innegables signos y milagros a su Hijo, a quien Él ha enviado al mundo, y aquellos que presidían al pueblo en nombre de Dios cometen el peor crimen que uno pueda imaginar: Se convierten en responsables de la muerte de Jesús, quien vino a redimir a la humanidad y conducirla de regreso a la casa del Padre Celestial.

Como creyentes, sabemos que el Hijo de Dios asumió voluntariamente esta muerte expiatoria. Así, no solo los hijos de Israel recibirían la salvación, ya que, como dice el Evangelio, Jesús iba a morir “no sólo por la nación, sino para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos”.

Por encargo del Señor Resucitado, el Evangelio será llevado hasta los confines de la tierra. Todos los pueblos y naciones son invitados a reconciliarse con Dios mediante la muerte y resurrección de Cristo, y a recibir en Él la vida eterna. Dios aceptó la muerte de su amado Hijo como sacrificio expiatorio y concede la salvación a todos los que creen en Él. ¡Qué gracia!

Por otro lado, ¡qué tragedia supone el trato que las autoridades religiosas dieron a Jesús en su tiempo! ¡Cuánta ceguera y maldad se hace patente! Los sumos sacerdotes y fariseos habían dado órdenes de que, si alguien sabía dónde estaba Jesús, lo denunciase para poderlo prender. El rechazo de Jesús había pasado ahora a una persecución activa. Le amenazaron de muerte directamente. Ya no se podía disipar la obstinación de los jefes religiosos. Su ceguera en relación a Jesús crecía con cada palabra y obra que Él realizaba.

Esta es la consecuencia de cerrarse a la verdad. La ceguera puede incluso convertirse en una «ceguera voluntaria», que va oscureciendo cada vez más a la persona hasta el punto de que ya ni siquiera quiere saber la verdad. Llegada a este punto, el endurecimiento es completo y ya no encontrará salida de este estado, a menos que Dios la saque mediante una gracia especial.

Jesús, por su parte, se retira con los discípulos a la ciudad de Efraín, cerca del desierto. A partir de la decisión del Sanedrín de darle muerte, el Señor ya no se presenta en público entre los judíos hasta que llegue la hora.

¡Pero su hora ya está muy cerca! Al Señor le queda poco tiempo antes de beber la copa hasta la última gota. Sabiendo lo que le espera, Jesús subirá conscientemente a Jerusalén para salir al encuentro de «su hora»: esa hora de suprema oscuridad que Dios convertirá en la luz más brillante.

Meditaciones diarias del Hno. Elías

13 Feb, 21:01


Hoy vemos al Señor realizando el milagro de la resurrección de un muerto a la vista de todos los presentes. Dios quería que las personas presenciaran este signo, que Jesús atestigua como una obra de Dios para que los hombres crean que Él lo envió.

Marta aún no había comprendido que su hermano realmente resucitaría en la carne y le advirtió a Jesús de que ya llevaba cuatro días en la tumba y olía muy mal. Pero Jesús le recordó: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”

Entonces, todos los presentes fueron testigos de un acontecimiento increíble: después de que la piedra fue retirada, Lázaro salió de la tumba por la palabra del Señor. Así se hizo visible para todos que Jesús tiene poder no solo sobre la enfermedad, sino incluso sobre la muerte. Los paralíticos y los ciegos son curados; el difunto Lázaro, resucitado de la muerte.

Es tan evidente que Jesús actúa en virtud de la autoridad que Dios le ha otorgado que sólo podía haber una respuesta coherente de parte de las personas que habían presenciado este acontecimiento. En efecto, sucedió así: “Muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que hizo Jesús, creyeron en él.” Aquí vemos la respuesta apropiada al milagro de Jesús.

En la misión de llevar el Evangelio a todos los hombres, siempre han tenido su lugar estos signos de gracia extraordinarios y visibles, tanto para dar testimonio de la bondad de Dios como para acreditar a sus mensajeros. Jesús mismo había enviado a sus discípulos diciéndoles: “Id y predicad: ‘El Reino de los Cielos está cerca’. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, expulsad los demonios” (Mt 10,7-8).

Y después de su Resurrección, les aseguró:

“A los que crean acompañarán estos milagros: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes con las manos y, si bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán curados. (…) Y ellos, partiendo de allí, predicaron por todas partes, y el Señor cooperaba y confirmaba la palabra con los milagros que la acompañaban” (Mc 16,17-18.20).

En este contexto, es importante tener en cuenta la jerarquía de los valores. La fe se fundamenta en la Palabra de Dios y los signos vienen como añadidura para confirmarla. Así, la fe se difunde como Dios lo ha dispuesto y puede desplegar toda su fecundidad en quienes la abrazan.

Es un gran regalo de Dios para los hombres el hecho de que Él, en su inagotable sabiduría, se valga de todos los medios posibles para llegar a ellos y convencerlos de que Jesús fue enviado por Él. La resurrección de Lázaro fue un gran signo. Fue tan poderoso que suscitó en los judíos hostiles la reacción que brota del profundo abismo de un corazón torcido, bajo la influencia de aquel que fue «homicida desde el principio» (Jn 8,44): se cerraron completamente a la verdad y esta obstinación condujo a la muerte de Jesús.

Meditaciones diarias del Hno. Elías

13 Feb, 21:01


14 de febrero de 2025

EVANGELIO DE SAN JUAN

“La resurrección de Lázaro”

Jn 11,28-46


En cuanto dijo esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en un aparte: “El Maestro está aquí y te llama”. Ella, en cuanto lo oyó, se levantó enseguida y fue hacia él. Todavía no había llegado Jesús a la aldea, sino que se encontraba aún donde Marta le había salido al encuentro. Los judíos que estaban con ella en la casa y la consolaban, al ver que María se levantaba de repente y se marchaba, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Entonces María llegó donde se encontraba Jesús y, al verle, se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Jesús, cuando la vio llorando y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se estremeció por dentro, se conmovió y dijo: “¿Dónde le habéis puesto?” Le contestaron: “Señor, ven a verlo”. Jesús rompió a llorar. Decían entonces los judíos: “Mirad cuánto le amaba”. Pero algunos de ellos dijeron: “Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que no muriera?” Jesús, conmoviéndose de nuevo, fue al sepulcro. Era una cueva tapada con una piedra. Jesús dijo: “Quitad la piedra”. Marta, la hermana del difunto, le dijo: “Señor, ya huele muy mal, pues lleva cuatro días”. Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Retiraron entonces la piedra. Jesús, alzando los ojos hacia lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas, pero lo he dicho por la muchedumbre que está alrededor, para que crean que Tú me enviaste”. Y después de decir esto, gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, sal afuera!” Y el que estaba muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y con el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadle y dejadle andar”. Muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que hizo Jesús, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho.




¡Ha llegado el momento! Jesús había preparado a sus discípulos —y también a Marta— para lo que sucedería con la resurrección de Lázaro. En efecto, la resurrección de un muerto va mucho más allá de la comprensión humana, ya que manifiesta un poder divino que no se puede negar. Basta con pensar en la resurrección de nuestro Señor. Sus enemigos no tuvieron más remedio que sobornar a los guardias para que no dieran testimonio de lo sucedido (Mt 28, 11-15). La verdad y sus consecuencias tienen que ser reprimidas, ya sea mediante engaños o mentiras. Así querrán hacerlo posteriormente los sumos sacerdotes con el caso de Lázaro.

Meditaciones diarias del Hno. Elías

12 Feb, 21:01


13 de febrero de 2025

EVANGELIO DE SAN JUAN

“Yo soy la Resurrección y la Vida”

Jn 11,17-27


Al llegar Jesús, encontró que Lázaro ya llevaba sepultado cuatro días. Betania distaba de Jerusalén como quince estadios. Muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María para consolarlas por lo de su hermano. En cuanto Marta oyó que Jesús venía, salió a recibirle; María, en cambio, se quedó sentada en casa. Le dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano, pero incluso ahora sé que todo cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá”. “Tu hermano resucitará” -le dijo Jesús. Marta le respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección, en el último día”. “Yo soy la Resurrección y la Vida -le dijo Jesús-; el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?” “Sí, Señor -le contestó-. Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo”.



Jesús encuentra una gran fe en Marta, la hermana del difunto Lázaro. Se percibe su tristeza, pero también su esperanza cuando sale de prisa al encuentro del Señor. Marta está convencida de que su hermano no habría muerto si Jesús hubiera estado con ellos. Sin duda, le habría curado de su enfermedad, de modo que no habría avanzado hasta llevarlo a la muerte.

Ella no se imaginaba que el Señor realizaría un signo aún mayor que el de curar a su hermano de la enfermedad y evitar así su muerte: un signo que revelaría su gloria y acreditaría todas sus palabras. Aun en aquella hora en que las hermanas de Lázaro y la gente que había venido a hacer duelo por él consideraban su muerte como un final irrevocable, Marta pronuncia aquellas palabras que expresan su profunda fe: “Incluso ahora sé que todo cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.”

“Incluso ahora sé…” Incluso ahora, en esta situación que parece ser irremediable y en la que sólo queda el dolor, Marta percibe que la venida del Señor transforma la realidad. Aunque aún no pueda imaginar lo que sucederá, se aferra a Jesús: “Cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.”

Jesús se habrá alegrado al ver la fe de Marta, y, así como se alegró por sus discípulos, también se habrá alegrado de que ella vería un gran signo cuando Él devolviera la vida a su hermano.

Meditaciones diarias del Hno. Elías

12 Feb, 21:01


Jesús le dice: “Tu hermano resucitará.” Marta aún no podía comprender estas palabras en toda su dimensión. Respondió con su corazón abierto y su amor a Jesús en el marco de su fe, pensando que Jesús se refería a la resurrección de los muertos en el último día. Pero el Señor quiso llevar más allá su fe. Debía comprender que, con su venida al mundo, ya había tenido lugar la resurrección de los muertos, esa resurrección que cada persona experimenta cuando se encuentra con Jesús y cree en Él. También será Él quien nos haga resucitar corporalmente en el Último día: “Cuando la voz del arcángel y la trompeta de Dios den la señal, el Señor mismo descenderá del cielo, y resucitarán en primer lugar los que murieron en Cristo” (1Tes 4,16).

Pero incluso durante su vida terrenal el hombre puede ser resucitado del pecado y de la perdición. Quien abraza la fe en Cristo, pasa de la muerte a la vida y encuentra cabida en él la vida eterna que sólo el Señor puede conceder, como nos enseña el Apóstol San Pablo:

“Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; sentid las cosas de arriba, no las de la tierra. Pues habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él” (Col 3,1-4).

Jesús quiere que Marta aprenda a comprender que en Él, siendo el Mesías, se cumplen todas las promesas que ella conocía de su fe judía. Para ello, es necesario tener un corazón abierto, y Marta lo tiene. Aunque aún no habrá sido capaz de captar todo lo que el Señor quería decir con la resurrección de los muertos, escucha con corazón abierto sus palabras: “Yo soy la Resurrección y la Vida -le dijo Jesús-; el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre.” A la pregunta de Jesús: “¿Crees esto?”, ella da la respuesta determinante: “Sí, Señor. Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo”.

Cuando se despierta en nosotros la fe y nos encontramos con Aquel que es la verdad, cuando el Padre Celestial nos ha atraído hacia su Hijo (Jn 6, 65), cuando el Espíritu Santo nos ha hecho capaces de dar el testimonio que escuchamos hoy de boca de Marta, entonces la luz de Dios podrá penetrar cada vez más profundamente en nosotros y enseñarnos todo lo que el Señor ha confiado a su Iglesia.

Al interiorizar este pasaje del Evangelio, podemos alegrarnos con el Señor ante el gran signo que realizará al resucitar a su amigo de entre los muertos, fortaleciendo la fe de los que ya creían y despertándola en los que no se han cerrado a Él.

Meditaciones diarias del Hno. Elías

11 Feb, 21:01


12 de febrero de 2025

EVANGELIO DE SAN JUAN

“Signos y milagros”

Jn 10,40-42–11,1-16


Jesús se fue de nuevo al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba al principio, y allí se quedó. Y muchos acudieron a él y decían: “Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que Juan dijo de él era verdad.” Y muchos allí creyeron en él.

Había un enfermo que se llamaba Lázaro, de Betania, la aldea de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro había caído enfermo. Entonces las hermanas le enviaron este recado: “Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo”. Al oírlo, dijo Jesús: “Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios”. Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Aun cuando oyó que estaba enfermo, se quedó dos días más en el mismo lugar. Luego, después de esto, les dijo a sus discípulos: “Vamos otra vez a Judea”. Le dijeron los discípulos: “Rabbí, hace poco te buscaban los judíos para lapidarte, y ¿vas a volver allí?” “¿Acaso no son doce las horas del día?” -respondió Jesús. Si alguien camina de día no tropieza porque ve la luz de este mundo; pero si alguien camina de noche tropieza porque no tiene luz. Dijo esto, y a continuación añadió: “Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero voy a despertarle”. Le dijeron entonces sus discípulos: “Señor, si está dormido se salvará”. Jesús había hablado de su muerte, pero ellos pensaron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo claramente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis; pero vayamos adonde está él”. Tomás, el llamado Dídimo, les dijo a los otros discípulos: “Vayamos también nosotros y muramos con él”.



Cada vez más gente acudía a Jesús y creía en Él. Sus adversarios ya no podían impedirlo. Los signos que realizaba eran demasiado evidentes y sus palabras eran cada vez más escuchadas.

Con la resurrección de Lázaro, el Señor realizaría una vez más un extraordinario milagro que dejaría patente su condición de Hijo de Dios, de modo que todos los que lo vieran deberían haber reconocido con absoluta claridad que no podía sino ser obra de Dios.

Meditaciones diarias del Hno. Elías

11 Feb, 21:01


Pero antes de que Jesús resucitara a Lázaro, les explicó a sus discípulos que su enfermedad no conduciría a la muerte, sino que debía servir para la gloria de Dios. Es importante comprender que los milagros físicos no son solo una manifestación de la compasión amorosa de Dios hacia las personas en su necesidad, sino que ante todo tienen por objeto despertar la fe en Jesús. Por tanto, la gloria de Dios está en primer plano, ya que, al creer en Dios, los hombres lo glorifican y se alcanza así el objetivo primordial y esencial de la venida de Jesús al mundo.

Pensemos en la difícil situación en la que se encontraba el Señor. Fue enviado a los hombres para que creyeran en Él, porque esta fe los salvaría. El Padre celestial acreditaba a Jesús mediante los signos y prodigios que realizaba. Jesús mismo apeló a ellos como testigos suyos: “Creed en las obras, aunque no me creáis a mí” (Jn 10,38).

Al recibir noticia de la enfermedad de Lázaro, Jesús regresó a Judea a pesar de que su vida corría peligro allí. Aunque en ocasiones el Señor se había retirado para sustraerse de ataques concretos contra su vida, como cuando quisieron lapidarlo en el capítulo anterior, siempre llevaba a cabo su misión sin vacilar, aun en las condiciones más difíciles. Posteriormente, muchos discípulos y misioneros actuaron igual que su Señor. ¡Basta con pensar en el apóstol Pablo y las incontables persecuciones que afrontó!

Para llegar ahí, hace falta una decisión fundamental: No hay nada más importante que la misión encomendada por el Señor. Ésta está en primer plano, hasta el punto de que todo lo demás debe someterse a esta jerarquía de valores.

Así, Jesús se puso en camino con sus discípulos hacia la casa de Lázaro y de sus hermanas, alegrándose de que su fe se volviera más profunda al presenciar el extraordinario signo de la resurrección de Lázaro. El deseo de Jesús no es solo despertar la fe de los que aún no creen, sino también fortalecer la de aquellos que ya le siguen.Por eso dice: “Me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis.”

Este sigue siendo el deseo del Señor hasta el día de hoy. No se trata solo de despertar la fe, sino de que esta fe conduzca a las personas por un camino que las llene cada vez más del Espíritu de Dios, de modo que el Señor pueda obrar más y más en ellas. En efecto, su obra debe seguirse realizando. También en estos tiempos, el anuncio junto con los signos que lo acompañan debe servir para la gloria de Dios. Aunque no pudiéramos presenciar signos palpables en la evangelización actual (que, sin duda, siguen produciéndose en abundancia), los milagros de Jesús atestiguados por los evangelios siempre pueden fortalecer nuestra fe.

Se trata del punto decisivo para toda la humanidad: si acepta el don de la gracia de Dios, entonces la vida de las personas empieza a ordenarse según la voluntad de Dios y las conduce a la plenitud. Si no lo aceptan, entonces la vida humana no puede desplegarse en toda su dimensión y, en el peor de los casos, fallan en su objetivo para el tiempo y la eternidad.