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💥 *INTRODUCCIÓN A LA VIDA DE ORACIÓN*💥
*Romano Guardini*
*Entrega 96*
🌱 *IX-VISIÓN CONJUNTA DE LA VIDA CRISTIANA DE ORACIÓN*🌱
*LA LITURGIA*
( Continuación)
Como hemos indicado, el centro de gravedad de la liturgia radica en la acción litúrgica. Queremos insistir en ello porque esta idea se ha perdido en buena medida. El centro de gravedad de la vida
religiosa se ha desplazado cada vez más hacia la interioridad individual, el ámbito de las «vivencias», del pensamiento y de la voluntad. En la misma medida, las acciones litúrgicas han sido interpretadas como un medio para el adoctrinamiento y la edificación espiritual. En realidad, la acción litúrgica tiene por meta vivir los misterios cristianos a través de acciones simbólicas, realizadas con todo nuestro ser corpóreo-espiritual. Dios no sólo se manifestó a los hombres de modo puramente interior, sino también a través de acciones y palabras concretas, y de forma definitiva en la persona,la vida y el destino de Cristo. Así se realizó la «epifanía», la manifestación visible del Dios invisible. Consiguientemente, la recepción y realización en nuestra vida de lo que recibimos a través de Cristo tiene lugar de un modo histórico, es decir, de modo corpóreo-espiritual. La Iglesia no es sólo una trama de fe y de amor, una «Iglesia del espíritu»; se halla en la historia como una realidad visible, capaz de diálogo, dotada de responsabilidad y de poder. A ella le está encomendada la herencia de Cristo. En ella vive, como un don siempre renovado y asumido en la existencia terrena, el Señor glorificado, con su misión salvadora. Esta vinculación al Señor se da de formas diversas: mediante el pensamiento y la veneración, la decisión a favor de Cristo y la imitación, y a través de ciertas acciones, que deben realizarse aquí y ahora de forma precisa. Así, por ejemplo, Cristo resucitó una vez por todas, y la fe puede hacerse cargo de ello en cada momento. Sin embargo, es también cierto que el creyente se encuentra de un modo especial ante la verdad, la gracia y el sagrado poderío de la resurrección de Cristo en un determinado momento y de una forma singular, a saber: en la celebración litúrgica de la Pascua de Resurrección. Cristo, que dijo: «Donde dos o tres estuvieren reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos»(Mt18,20), se hace presente en medio de la comunidad cristiana en la noche pascual. Cuando se entona el himno «Exultet» y brilla la luz nueva del cirio pascual, para multiplicarse luego por todo el ámbito del templo, los allí congregados pueden decir con toda seguridad: «Ahora es la Pascua, y el poder de la resurrección está entre nosotros».Todo esto no es una alegoría piadosa y edificante; es la plena verdad: la verdad de la acción litúrgica. Esta verdad se ha hecho en gran medida inaccesible al hombre moderno. Éste ha perdido la facultad de contemplar las formas y las imágenes, captar el sentido de los procesos, participar en acciones concretas dotadas de contenido divino y, así –en otro nivel–, continuar lo que indica San Juan al comienzo de su primera carta: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manos han tocado de la palabra de la vida...» (1 Jn 1). El hombre moderno sólo quiere hablar y oír, pensar y juzgar. Pero esto solo no basta, y debe, por tanto, avivar las energías que ha descuidado durante largo tiempo y revitalizar los órganos que ha dejado atrofiar. Ha de aprender no sólo a reflexionar sobre las formas simbólicas sino a contemplarlas y, contemplándolas, comprenderlas; y a no preguntarse únicamente qué significan las diversas acciones sagradas sino a realizarlas, participando, así, de su contenido. Naturalmente, el que realiza la acción litúrgica debe comprenderla adecuadamente, ponerse plenamente a su servicio y realizarla de tal forma que el que se halle bien dispuesto pueda realmente «oír con sus oídos la palabra de la vida, contemplarla con sus ojos y tocarla con sus manos».( Continuará)
*Apóstoles de Su Amor*
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