La oración, lejos de ser un simple ejercicio rutinario o un deber, es el espacio en el que el alma se encuentra con Dios. El Padre Amatulli, al recordarnos que la oración nunca es tiempo perdido, nos invita a reflexionar sobre el poder transformador de este diálogo íntimo con el Creador. En la oración, no solo elevamos nuestras peticiones, sino que también escuchamos la voz amorosa del Padre que nos guía y fortalece.
Muchas veces, en medio de nuestras ocupaciones, podríamos pensar que no hay tiempo para orar, que detenernos a rezar es un lujo en un mundo que corre con prisas. Sin embargo, la oración es precisamente lo que nos devuelve la paz y nos permite discernir la voluntad de Dios en medio de nuestras tareas. Nunca es tiempo perdido porque cada minuto en oración es una siembra que florece en frutos de paciencia, fe y amor.
Así, al confiar en las palabras del Padre Amatulli, comprendemos que todo lo que entregamos a Dios en oración se multiplica. Él nunca deja sin respuesta un corazón que se abre a su presencia. En la oración, encontramos fortaleza para la misión y consuelo para el alma, recordándonos que todo esfuerzo ofrecido en oración tiene un valor eterno.