Me preguntan mucho, cuándo es el próximo retiro. Desde que soy madre, solo hago dos o máximo tres retiros al año. Y quiero contarles todo lo que está detrás, lo que no se ve.
No hago un retiro solo para cantar. En los retiros se mueven muchas capas profundas; parece que, al llamar la voz, llamamos a muchas partes de nosotros que en el presente necesitan ser vistas.
En todos los retiros hay momentos en los que acompaño a los estudiantes en procesos muy intensos. Procesos que ya estaban presentes en sus vidas, pero que en el retiro se hacen presentes, el verlos y el transitarlos, para dejarnos un mensaje que solo pertenece a esa persona.
En los últimos retiros que he guiado en estos siete años han pasado cosas que ni yo misma podía prever, y eso ya está en manos del misterio, que es el real facilitador del retiro.
Me acuerdo de uno en particular, en el que desde el primer día se abrió un tema para una persona relacionado con su nombre y el origen del mismo. Para mí, el nombre tiene mucha importancia. Siempre trato de rescatar las virtudes que están allí, en lo que nos fue dado al nacer, y en ese momento yo empezaba mi investigación sobre esto.
En ese retiro, esta terapeuta sonora vino buscando recursos para trabajar con la voz. Pero al explorar su nombre, recordó que era el mismo nombre de la exnovia de su padre, una mujer que él había amado profundamente y que había fallecido, y que su madre le colocó en honor a la exnovia. Aunque ella siempre sintió que había algo de su madre que la rechazó, y que en momentos de conflicto la comparaba a ella, la hija, con la exnovia de su padre, con desprecio.
El día del ritual de los ancestros, en el cual despedimos con nuestra voz y cantos lo que ya no nos pertenece y con agradecimiento tomamos lo que sí. En un momento, no sabemos cómo, se quemó la foto de su madre, solo el rostro, una de las pocas fotos que aún conservaba.
Recuerdo que en ese entonces yo pensaba: “Bueno, vine a hablar de la voz. Lo que el otro pase son cosas que suceden, pero no puedo hacer más al respecto”. Tenía miedo de meterme en la profundidad de lo que mi trabajo empezaba a mostrarme.
Pero ese evento me mostró por primera vez lo que realmente puede abrirse en un retiro.
Años después, en un retiro en Perú, después de un día tranquilo, alguien tocó mi puerta a medianoche. Cuatro mujeres estaban llenas de miedo porque una de sus compañeras había empezado a comportarse de manera extraña. Decía estar en conexión con una energía que le indicaba qué hacer.
Imagina la situación: medianoche, yo con Aitana de 3 años en un brazo (quien, por cierto, parecía que estuviera en una fiesta porque no había forma de que se durmiera ni que se quedara con la niñera). Tuve que atravesar el lugar enorme del retiro para entender qué había pasado. Las escuché, limpié con inciensos y cantos el lugar y a cada una.
Hablamos sobre la importancia de ver de frente lo que nos presentaba la situación, porque la intención de todas ellas era trabajar con la voz y con su energía. Entonces, ¿por qué tanto miedo a lo invisible? Más bien, en esos momentos, más firmeza es lo que se nos pide.
Al día siguiente llevamos la experiencia al círculo y reflexionamos sobre lo que se mueve en nosotros con estas dualidades de la espiritualidad: nos encanta hablar de lo lindo que es, pero cuando algo nos remueve el miedo, queremos cerrar las puertas a lo invisible.
Aprendí en ese retiro sobre la norma fundamental: las prácticas deben hacerse dentro del espacio protegido. Siempre preparo cuidadosamente los lugares antes y después de cada práctica, pero las estudiantes, jugando, quisieron experimentar por su cuenta. Esto abrió algo para lo que no estaban preparadas. Por eso siempre digo: antes de invitar a canalizar, hay que saber bien a qué estamos invitando.
En otro retiro reciente, en el cuarto día, una de las estudiantes más alegres y con una energía de tanta vitalidad vino a mi puerta temprano. Había recibido una llamada: su papá había sufrido una caída y no podía respirar.