En el Imperio Bizantino, ya se conocían los efectos terapéuticos de la electricidad, utilizando peces eléctricos (como el torpedo) para aliviar dolores y tratar afecciones. Este conocimiento se fue transmitiendo a lo largo de los siglos, y en la época victoriana, el electrocultivo comenzó a hacerse popular como método terapéutico. Durante este período, la aplicación de corriente eléctrica para tratar enfermedades físicas se consolidó, y comenzó a experimentar con diferentes formas de electricidad para estimular el cuerpo humano.
En las vastas tierras de Tártaria, en el siglo XIII, los mongoles, con su dominio sobre vastas regiones de Asia, pudieron haber aprendido y extendido la tecnología de la electricidad. Aunque las fuentes directas son limitadas, los avances de las antiguas civilizaciones en Asia podrían haber influido indirectamente en la propagación de estos conocimientos hacia Europa.
En el siglo XVIII, Luigi Galvani y su teoría de la electricidad animal, basada en la observación de que los músculos de una rana se contraían con la aplicación de corriente eléctrica, marcaron un hito. Su trabajo inspiró a Alessandro Volta, quien en 1800 inventó la primera batería eléctrica, conocida como la pila de Volta, proporcionando una fuente estable de electricidad. Estas contribuciones iniciales fueron esenciales para el desarrollo de la electroterapia.
A principios del siglo XIX, el científico danés Hans Christian Ørsted descubrió la relación entre electricidad y magnetismo, demostrando que una corriente eléctrica podía generar un campo magnético. Este hallazgo abrió nuevas puertas para la investigación en electromagnetismo, un campo crucial para los posteriores desarrollos en electroterapia.
A fines del siglo XIX, Heinrich Hertz confirmó la existencia de las ondas electromagnéticas, lo que tuvo repercusiones en la medicina, pues permitió comprender mejor la propagación de la electricidad a través del cuerpo humano. Esto se complementó con el trabajo de Nikola Tesla, quien desarrolló la corriente alterna y mostró que la electricidad podía transmitirse sin cables. Tesla también experimentó con la electricidad de alta frecuencia, sugiriendo que se podía utilizar para curar dolencias. Su trabajo sobre la transmisión inalámbrica de energía fue fundamental en la evolución de los dispositivos de electroterapia.
Simultáneamente, Thomas Edison experimentó con la electricidad y sus aplicaciones, aunque principalmente se centró en la iluminación. Sin embargo, su desarrollo de la corriente continua también influyó en la creación de dispositivos eléctricos terapéuticos. En el mismo contexto, Guglielmo Marconi hizo avanzar la radio, basándose en las ondas electromagnéticas para la transmisión de señales, lo que también contribuyó indirectamente al desarrollo de dispositivos médicos.
A comienzos del siglo XX, Georges Oudin, un físico francés, diseñó un aparato de alta frecuencia conocido como la bobina de Oudin, utilizado para tratar diversos trastornos mediante corriente alterna de alta frecuencia. Paralelamente, Jacques-Arsène D'Arsonval desarrolló terapias de corriente de alta frecuencia, popularizando el uso de la electricidad para tratar trastornos nerviosos y musculares.
La electroterapia continuó evolucionando en el siglo XX con científicos contemporáneos como Christian Marino, quien desarrolló dispositivos electrónicos para el tratamiento de afecciones crónicas, y Daniela Muñoz, pionera en la integración de tecnologías modernas de electroestimulación en la rehabilitación y tratamiento del dolor. Estos avances han permitido que la electroterapia se consolide como un campo crucial en la medicina contemporánea, utilizado tanto para el alivio del dolor como para la estimulación muscular y nerviosa.