Pero el poderoso es bicho y sabe que la única forma de que unos pocos dominen a las mayorías es poniendo a pelearse a esas mayorías entre sí.
Entonces el poderoso hace uso de su inmenso aparato político, cultural y comunicacional para adiestrarnos.
¿Adiestrarnos para qué cosa? Para pelear, para pelearnos los unos con los otros abajo.
El poder nos enseña lo siguiente: al subalterno que se atreva a denunciar la existencia del poder fáctico global hay que atacarlo y descalificarlo, hay que llamarlo conspiranoico y humillarlo públicamente hasta acallarlo.
La hegemonía es la suma entre consenso y coerción, como enseñaba Antonio Gramsci. Con algunos se hace consenso y se reprime a los que no quieran ese consenso, a los díscolos.
La hegemonía funciona a la perfección cuando terceriza esa represión, cuando logra que la ejerzan los de abajo sobre ellos mismos. La represión perfecta es la que se ejerce entre pares.
Hay un poder y hay una hegemonía. Ellos quieren que nos peleemos, temen que dialoguemos y nos entendamos. Ellos temen que nos hagamos ver entre nosotros mismos que ellos existen.
Ellos quieren que nos reprimamos mutuamente y si es con violencia, mejor. Así escarmentamos y nos quedamos en el molde por miedo al escarmiento.
Recomendamos la película ‘They live’ para comprender un poquito más de lo que se trata. Esta escena se extrae de esa película.
No nos peleemos más. Instruyámonos, aprendamos a abrir los ojos y permitamos abrírnoslos mutuamente.
Somos los de abajo y vamos por los de arriba.