Si Dios tiene a bien que mi hijo supere ese quebranto de salud –rezamos para que esa sea su voluntad– (y si no lo es, para saber aceptarla), aunque su enfermedad no le permitirá hacer la suma más sencilla, ni leer su nombre escrito en un papel, pues tiene el síndrome de Angelman, estoy convencido de que tendrá el conocimiento interno suficiente para descubrir la naturaleza de una madre, de la suya concretamente, que le ha salvado la vida por dos veces antes de cumplir los dos años. Porque es una naturaleza que lo abarca todo, capaz incluso de entrar en aquellas cabezas y corazones en los que otras cosas son incapaces de entrar.