Ahora que han pasado 37 años de mi servicio activo en la predicación, las palabras de aquel eminente vocero de Dios me inspiran todavía para “llevar la Biblia por dentro”.
Sobre este tema trató el inspirado Salmista cuando dijo: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal 119:11). Como se requiere una vida santificada para poder hablar la Escritura, es importante que la Palabra de Dios halle cabida dentro de nosotros. Precisamente, de no permitir que la Palabra hallara espacio en sus corazones, se quejó el Señor frente a los hombres de su generación (Jn 8:37).
La idea es que pudiéramos bendecir a muchas más personas, y de una manera más eficaz, si nuestra predicación fuera absolutamente la exposición verbal de las vivencias de las palabras de Dios.
Hoy queremos compartir algunos aspectos respecto al valor de la Palabra de Dios viviendo en nosotros.
Lo primero es notar el poder que tiene la Palabra de entrar a morar en el corazón.
Como ella es viva, tiene eficacia y es filosa espiritualmente, su efecto va dirigido al interior del ser humano. Por tanto, se exhorta al que la oye que no endurezca su corazón (He 4:7-12).
Ese es el por qué Jesús decía a sus oyentes: “Haced que os penetren bien en los oídos estas Palabras” (Lc 9:44).
Ese fue el efecto interior que causó en una mujer llamada Lidia el mensaje de la Palabra que Pablo predicó junto al río: “… el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hch 16:14). La Palabra viaja de la boca de Dios al corazón del hombre, y si el hombre no endurece su corazón, la Palabra produce efectos trascendentales.
Precisamente, ese es nuestro segundo aspecto. ¿Qué produce la Palabra al llegar al corazón?
La siguiente lista solamente menciona tres de los muchos efectos que produce la Palabra dentro del corazón humano.
1. Cuando la Palabra alcanza entrar al corazón, abre el sentido del oído espiritual, el cual por causa del pecado original estaba atrofiado. Sabemos que el oír es por la Palabra de Dios (Ro 10:17). Entonces se produce lo que Pablo reconoce como “el oír con fe” (Gal 3:2,5). Es lo mismo que el escritor a los Hebreos menciona al citar que a algunos no les aprovechó el oír la Palabra, por no ir acompañada de fe al escucharla (He 4:2). Necesitamos “llevar la Biblia por dentro”, o sea, dejarla entrar y asentarse en nuestro corazón. Así nuestro oído espiritual se aguzará y seremos muy sensibles al trato de Dios con nuestro espíritu.
2. Cuando la Palabra entra al corazón, ella nos sobreedifica, pues antes éramos hombres y mujeres espiritualmente caídos respecto a Dios. El pecado causó un derrumbe total del edificio espiritual, pues el diseño original es que fuéramos morada de Dios en el Espíritu (Ef 2:22). Por tanto, al hablar con los ancianos de las iglesias en Mileto, Pablo les dijo: “Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hch 20 : 32 ). La idea del versículo parece ser que Dios nos sobreedifica a través de su Palabra. Hay que “llevar la Biblia por dentro” para que esa Palabra lleve fruto y crezca también en nosotros (Col 1:5,6).
Y, por último,
3. Cuando la Palabra penetra el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, expone a la luz nuestros pensamientos y las intenciones de nuestro corazón. Así lo ilustra el momento cuando el Verbo encarnado, Jesús, llegó a casa de Simón el fariseo. El anfitrión estaba juzgando en lo secreto de su mente a Jesús porque una mujer pecadora lloraba con lágrimas a sus pies, y enjugaba sus pies con sus cabellos. Jesús, la Palabra encarnada, hizo manifiesto los pensamientos del fariseo, dándole la lección que aquella mujer necesitaba el perdón de una gran deuda moral, y el Salvador estaba allí para brindarle su gracia perdonadora, y no para complacer la hipocresía del religioso empedernido (Lc 7:36-48). Necesitamos “llevar la Biblia por dentro” para poder decir con David: “Escudríñame, oh Jehová y pruébame.