SUMISIÓN… EL ORIGEN
Obligamos a nuestros hijos a ser obedientes, a compartir, a obedecer sin cuestionar, a portarse “bien”, a no pelearse con los demás… Pero la independencia, el espíritu crítico y la capacidad de reflexión son puntos clave para el desarrollo de la personalidad, la autonomía y la autoestima. Creemos que un niño obediente es un niño “bien educado”, pero decir no, dar la propia opinión o expresar necesidades y deseos es tan necesario como respirar. Saber educar en una sana desobediencia también es importante.
Hay una perversión generalizada según la cual los niños y niñas obedientes son aquellos que siguen, sin rechistar, las instrucciones que se les dan. Y a cambio de obedecer se ganan nuestro cariño y reconocimiento… ese carnet de bondad del que hablo en mi libro. La obediencia de nuestros hijos se gana desde nuestro ejemplo. No se impone. Nuestros hijos nos imitan en todo y si ven que nuestra conducta es sana y positiva nos imitarán siempre. Si en cambio exigimos que cumplan una determinada actitud en base a la violencia lo único que estaremos criando son niños sumisos, atormentados y con miles de complejos que les acompañarán siempre.
La autoridad se consigue desde el respeto y el ejemplo, jamás desde la imposición. Los niños no son empleados, subordinados, ni reclusos. El adulto se gana la autoridad por la manera de tratar al niño. Con respeto, jamás con abuso de poder.
La sumisión, en cambio, implica someterse sin cuestionamiento a la autoridad o voluntad de otra persona. Una persona sumisa no pone nunca en tela de juicio las órdenes que le dan, no hace uso del propio criterio personal, ni se cuestiona nunca sus propias necesidades.
Un niño sumiso será, por tanto, un adulto que se someterá al dominio de otra persona. Se somete porque esa persona ha enseñado al niño a tener miedo (con castigos y reproches) y así le ha infundido un sentido de obligación sin rechistar por temor a ser humillado, no querido o castigado. Un niño sumiso teme no comportarse como el adulto quiere, incluso aunque no le guste o no entienda aquello que se le ordena.
En cambio, la desobediencia es un síntoma de inteligencia. El ser humano ha sido capaz de evolucionar gracias a su espíritu inconformista. Siempre ha habido rebeldes y revolucionarios que se han adelantado a su tiempo oponiéndose al orden preestablecido. Tener un espíritu crítico y enfrentarse a la vida no asumiendo verdades absolutas, sino esperando aprender en base a la experiencia personal y el propio criterio, es el motor de la evolución y el progreso.
Los niños y niñas no nacen obedientes ni desobedientes, sumisos ni críticos. Somos nosotros, los adultos, quienes interactuando con ellos les ofrecemos ejemplo y les enseñamos el camino de la libertad individual (aquel que nos permite saber cuándo corresponde la obediencia o la oposición), pero nunca la sumisión.
Desde el acompañamiento, el cuidado, la protección y el afecto, el niño acepta al adulto como referente. Si el referente es sano, la obediencia surge sola. Es sólo cuestión de coherencia, de sentido común. Y esa obediencia nunca será sinónimo de sumisión, no impedirá que el niño desarrolle su espíritu crítico ni menoscabe su autoestima ni su autoconcepto. Si el referente, en cambio, se construye en base al miedo y la la sobreprotección, entonces aparecerá la gran epidemia de nuestro tiempo: la sumisión. 🙏
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