💙Descendentes💙
—En este mundo —aseguró el rabí— hay dos clases de personas…
—Buenas y malas —se adelantó Hipías.
—No —le corrigió Jesús—, seres que ascienden (la mayoría) y seres que descienden.
«Nos quedamos pensativos», manifestó Yu. «¿De qué hablaba? Pronto lo averiguaríamos.»
—Los primeros, los que ascienden —prosiguió el Galileo midiendo las palabras—, son imaginados por Ab-bā por primera vez. Aquí nacen. Tienen por delante un largo, larguísimo, camino. Su destino final es el Paraíso…
Hizo una pausa y nos miró, divertido. Y continuó:
—Y tampoco… Su final está más allá del Paraíso.
«Nos perdimos —aclaró Yu—. ¿Hay un más allá después del más allá?»
—En cuanto a los seres descendentes —añadió el Maestro—, tampoco estáis en condiciones de entenderlo. Son como ángeles.
«El rabí dudó —aseguró el chino—. Las palabras no le ayudaban.»
—Otros son Dioses…
Le mirábamos, desconcertados.
—Dioses que buscan experiencia o que desean probar la imperfección…
—Pero ¿cómo es eso? —intervino Andrés, tan confuso como el resto.
—La materia, el lugar en el que ahora estáis viviendo, es pura imperfección. Así fue imaginado por el Padre Azul. Pues bien, los Dioses que acompañan al Padre, por múltiples razones, deciden bajar a la imperfección y probarla. Prueban el tiempo, el dolor o la soledad. Otros ingresan en el mundo en misiones específicas: para traer la esperanza, para abrir las mentes o señalar el camino… Es la misericordia, que desciende.
—¿Quieres decir —planteó Santiago de Zebedeo— que, entre nosotros, camuflados, hay Dioses?
—Dioses y príncipes —redondeó el Galileo—. Pero vosotros, en efecto, no estáis en condiciones de descubrirlo. Es la ley del reino de mi Padre.
Y Jesús fue más allá:
—Yo soy uno de esos Dioses… He nacido en el mundo para retirar el velo del miedo. Estoy aquí por encargo del Padre Azul. Soy su enviado.
«Volvieron los recelos —matizó el chino—. Jesús estaba diciendo que Él era un Dios encarnado. La gente puso mala cara.» E Hipías siguió con las preguntas:
—Maestro, ¿por qué estoy aquí?, ¿por qué he nacido?
—Te lo he dicho: si eres una criatura ascendente, para experimentar. Si fueras descendente, para cumplir un trabajo o, quizá, para experimentar.
—¿Y cómo puedo saber si soy ascendente o descendente?
—Pregunta a tu nitzutz, a tu «chispa»…
—No termino de entender —terció Tomás—. ¿Qué se supone que tiene que experimentar un Dios, que lo sabe todo?
—La experiencia es insustituible. Los Dioses, efectivamente, lo conocen todo, pero eso no significa que tengan experiencia en determinados asuntos. Por ejemplo: en la imperfección. Tú puedes saberlo todo sobre el mar de Tiberíades (peces, corrientes, vientos, etc.), pero, hasta que no te sumerjas en él, no sabrás realmente qué es el yam.
—¿Y qué se puede aprender en la imperfección? —insistió Tomás.
—Asomarte al tiempo es una experiencia única. De dónde vienen los Dioses no hay tiempo. ¿Comprendes? Además, puedes experimentar la risa, la belleza de la imperfección, la soledad compartida, la incomprensión, el amor y el desamor, el buen vino, la lectura, el odio, mis palabras, la ansiedad ante el olvido, el miedo a no saber quién eres, la oscuridad en la memoria, el error no deseado, la maldad inimaginable, la amistad que sustituye al amor, la enfermedad que somete… Son cadenas y cadenas de experiencias.
—¿Estás diciendo, Maestro, ¿Qué en el «más allá» no hay risa?
«Quedamos perplejos ante la pregunta del Oso de Caná.»
—La risa, en el reino de mi Padre, es interior y, por tanto, más gratificante. Os lo he dicho: aunque imaginéis ese reino, siempre os quedaréis cortos. No hay palabras.
—¿Y hacia dónde se supone que voy? —le interrogó de nuevo el filósofo griego.
—Hacia el Paraíso. También te lo dije. Pero eso sucederá más tarde… El Galileo percibió que sus palabras no eran exactas e intentó rectificar: