El sol de La Habana pegaba como una bofetada en el asfalto. En el barrio del Cerro, la señora Carmen, con su eterno moño canoso y su vestido floreado, sudaba la gota gorda frente a la tablilla del mercado. No miraba los precios con atención, los conocía de memoria, como las arrugas de su cara. Hoy, el pollo había vuelto a subir, era como un cohete espacial en dirección a la estratosfera.
"¡Ay, Dios mío!", exclamó, llevándose la mano al pecho con dramatismo. "A este paso, vamos a tener que comer aire con saborizante de pollo".
Don Ramón, su vecino, un hombre con más años que la Revolución, se acercó con su paso lento y su bastón. "Carmen, ¿qué dice la pizarra de la abundancia hoy? ¿El plátano volvió a ser una reliquia?", preguntó con una sonrisa que revelaba la falta de algunos dientes.
"El plátano, Ramón, está en la misma categoría que el oro de los piratas, solo que más difícil de encontrar", respondió Carmen, señalando el número que parecía un acertijo financiero. "Y el aceite, bueno, el aceite ya es una leyenda urbana, dicen que un día existió, pero nadie lo recuerda con certeza".
Un grupo de jóvenes, con la vitalidad de quien aún no ha sufrido los avatares de la economía cubana, pasaron por delante, riendo y compartiendo un refresco de dudosa procedencia. Carmen suspiró. "Ellos todavía tienen la energía para reírse. Ya verán cuando les toque comprar un huevo, murmuró.
Ramón, siempre con su toque de sabiduría y sarcasmo, respondió: "Es que la juventud no sabe que en estos tiempos, un huevo es más valioso que un diamante. El día que podamos comprar un par de huevos sin hipotecar la casa, ese día declaramos fiesta nacional".
La conversación fue interrumpida por un vendedor ambulante que ofrecía "pan de verdad, recién hecho". El pan, pequeño y con una textura extraña, no parecía ser el producto de una panadería tradicional.
"¿Pan de verdad?", preguntó Carmen con una ceja arqueada. "Yo creo que esos panes están hechos con aire y un poquito de levadura".
El vendedor, imperturbable, respondió con una sonrisa ensayada: "Señora, este pan tiene amor y una pizca de esfuerzo. El amor está subiendo de precio también, así que aproveche".
Carmen y Ramón intercambiaron una mirada de complicidad. Sabían que la única opción era reírse, porque si se ponían a llorar, las lágrimas también iban a subir de precio. Y así, en medio del calor sofocante, siguieron adelante, buscando un pequeño resquicio de alegría en un mercado que parecía una broma de mal gusto. Al final, en La Habana, el ingenio y el sarcasmo eran los únicos productos de primera necesidad que nunca escaseaban.
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