Una tarde, mientras Adriana preparaba la cena, Nelson, el dueño de la hacienda, comenzó a seducirla. Sin previo aviso, tocó una de sus nalgas. Él pensó que Adriana se molestaría, pero en lugar de eso, ella se dejó seducir, no sin antes advertirle: "Tu esposa nos puede ver".
Decidieron encontrarse más tarde, cuando María, la esposa de Nelson, estuviera dormida. Pasada la medianoche, Nelson intentó despertar a su esposa, pero ella parecía muerta. Entonces, Adriana salió de su escondite. Cuando llegó a la habitación, él la esperaba con anticipación y deseo. Estas escenas se repitieron noche tras noche, y María nunca sospechó nada.
A pesar de que María y Nelson nunca pudieron tener hijos por razones desconocidas, Adriana comenzó a sentirse mal: vómitos, náuseas y mareos la acosaban todos los días. Adriana confirmó su embarazo con un médico, y, efectivamente, estaba embarazada de varias semanas. Fue feliz de compartir la noticia con Nelson, pero él reaccionó de manera agresiva, ofendiéndola de todas las formas posibles.
Nelson arrojó a Adriana a un pozo en la parte trasera de la hacienda, un lugar inaccesible y sin salida, con más de treinta metros de profundidad. El horror invadió a Adriana cuando se despertó tras la caída, habiendo recibido múltiples golpes que la dejaron inconsciente.
A medida que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, Adriana descubrió un panorama espeluznante: un gran número de mujeres muertas, en avanzado estado de descomposición, llenaba el lugar. El olor a carne en descomposición era insoportable. Adriana se cubrió la nariz con la mano mientras avanzaba por ese cementerio de mujeres.
Había fragmentos de carne esparcidos por todas partes, indicando que muchas de esas mujeres habían sido desmembradas y abandonadas allí. Luego, gemidos y lamentos comenzaron a escucharse. Adriana se dio cuenta de que eran los espíritus de esas chicas, brutalmente asesinadas.
De repente, comenzó a caer gasolina desde arriba, junto con antorchas encendidas. El pozo se incendió como el mismísimo infierno, y Adriana no tuvo tiempo para reaccionar; fue quemada viva.
Sin embargo, una noche, mientras Nelson dormía, despertó de repente al escuchar ruidos fuera de la hacienda. Salió con una linterna para investigar, pero no pudo ver nada. Esto ocurrió varias noches, hasta que una noche soñó que su esposa ardía en llamas en el infierno. Asustado, se despertó y encontró a su esposa, María, durmiendo plácidamente.
Al regresar a su habitación, sintió que lo observaban. Al darse la vuelta, vio el cuerpo calcinado de una chica, aunque las graves quemaduras dificultaban su identificación. Supo de inmediato que era Adriana, quien lo amenazaba desde su posición con su cuerpo carbonizado. A pesar de que estaba calva debido a la pérdida de cabello y tenía la ropa quemada pegada a su cuerpo, Adriana desapareció con una risa malévola.
Horrorizado, Nelson corrió de regreso a su habitación, donde su esposa ya no estaba en la cama sino de pie en un rincón, mirando la pared. Golpeaba repetidamente su cabeza contra la dura superficie, y su rostro estaba desfigurado y ensangrentado. Su esposa lo miraba fijamente, con los ojos ahora blancos y una sonrisa siniestra en el rostro.
La puerta de la habitación se cerró con un fuerte golpe, y la temperatura comenzó a descender. Nelson escuchó una voz femenina ronca que surgía de su esposa María, una voz que no le pertenecía. Hacía sonidos extraños y pronunciaba palabras ininteligibles.
Paso a paso, su esposa se acercó a él. Nelson estaba paralizado por el terror acumulado. Pudo ver que no era su esposa, sino Adriana quien lo miraba con ojos penetrantes y una expresión aterradora, una mezcla de maldad y terror. Adriana desató un grito tan fuerte que una fuerza inexplicable arrojó a Nelson contra la pared, dejándolo indefenso. Su cuerpo comenzó a arder como si estuviera siendo consumido por el fuego. Gritó de dolor una y otra vez mientras la risa siniestra de Adriana llenaba la hacienda.